A Germán, que sube por la escalera.

Sus ojos dicen más cosas que mil palabras envueltas en los labios de mil personas distintas.

Lo conocí por una mujer, quizás la única mujer que ha sido capaz de devolverme la esperanza de ser feliz, completamente.

Tenía un viaje a través de Europa para ir a verla, para hacerla reír, cual bufón sin chistera; y también para que ella hiciese lo propio con mi alma. A mí durante una época, no sé si linda o extraña o difusa, de mí se esperaban grandes predicados. Luego la distancia, la desidia, la fatiga, el olvido, la locura, la sed sedada arrasó mi esperanza, y muchos de mis verbos. Me quedé colgado de una luna equivocada, intentando hacer autostop para alcanzar mi estrella. Pero en esa autopista celestial, no pasó nadie durante décadas. Aprendí que el silencio, muchos silencios juntos son mucho mejor que muchos ruidos juntos o por separado.

Y en uno de esos momentos fragmentados, arrebatados a la algarabía, ella posó sus ojos en los míos, y me dijo “sube”, no hizo falta más. Subí.

Y ahora tiempo después, ella vive en el otro extremo de una Europa en crisis, y yo fui a verla. Como no, se encargó de hacerme soñar una vez más. Me organizó un bonito acto literario, al que yo sugerí añadir un bonito acto teatral. Al fin y al cabo el libro que quería presentar tiene más de teatro que de narrativa. Y ella, como buena sabia que es, aceptó el reto. Y localizó una pequeña librería, con un gran librero, donde representar una vez más el jolgorio de mil palabras esquivas.

Lo vi en seguida, a Germán, de alma limpia y de sabiduría infinita. Por edad casi podría ser mi padre, pero por alma, es más bien un hermano. Y allí, en su patio, en la antesala de una escalera llena de pequeños y grandes libros, surgieron las palabras, la empatía, los recuerdos, las disertaciones, la melodía, la camaradería, la comprensión… todo enmarcado en un patio lleno de ruedas que giran con el amor a la literatura.

Y ahora, que el silencio de nuevo envuelve mis días, en la resaca de un gran viaje, me quedo pensando absorto en los buenos momentos, tatuando con fuego cada segundo transcurrido.y entre ellos destaca su presencia.

Qué bueno, claro está, es la capacidad de descubrir bellas almas en almas bellas (no se trata de un juego de palabras y ni de un recurso poético) o qué bueno tal vez sí, nunca jamás estuvo tan justificado… nunca.

Si vuelvo, eso espero, volveré a su lado. A garlar, a aprender, a saber y a alimentar una amistad.

Bajo la escalera de los sueños, adornada de mil palabras, con los ojos enjutados de mil autores destronados… sobre la escalera de palabras construidas, un gran hombre espera tu visita…

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