Beso perfecto

El día amanece gris, el cielo plomizo y todas esas cosas tontas que uno o una dicen cuando la mente parece estar de resaca. Típicos tópicos de alguien que ve el mundo como un sitio que está a punto de ser olvidado, o quizás la que está a punto de ser olvidada sea yo.

Yo no vine a este país a hacer lo que estoy haciendo, ni a este país ni a este mundo. Pero es lo que me ha tocado hacer, es lo que sé hacer. Y según mi cuenta bancaria no me va tan mal la cosa. No obstante creo que la vida no se puede reducir a una cifra de números por muchos ceros finales que la adornen.

Me gusta la noche, en la noche todo se iguala, he visto a gente poderosa, he sentido la piel de gente poderosa sudar al igual que tú y que yo. He visto y sentido sus necesidades más primarias palpitando sobre la certeza de mi piel, su deseo quemando y tatuando a fuego en cada embestida. Y en la cama, en una cama, da igual que seas poderoso, banquero, peluquero, policía, periodista, retrasado mental, o un violador en potencia. Al menos en mi cama da igual. La jefa soy yo. La número uno soy yo.

Hago lo que hago porque para mí es fácil, es un don, mi don, soy capaz de hacer que surjan las estrellas y nebulosas más hermosas, soy capaz de hacer que las personas se enamoren y paguen lo que yo les diga cuando yo lo diga. Soy la mejor.

Tengo una cara bonita y un bonito cuerpo, eso por otro lado no es ningún mérito. Nací así. Quizás el único mérito haya sido nacer y permanecer el tiempo suficiente para descubrir mi poder.

Pienso en la noche, en la noche de ayer, estaba en mi zona como siempre, paseando, esperando como el cazador con mis ojos observando la jungla, aunque quizás decir jungla sea un término inexacto, la ciudad no tiene nada de jungla, se parece más a la sabana. Una sabana llena de animales, algunos peligrosos y otros muchos rumiantes, seres pasivos y casi inactivos.

Cada noche al salir de caza, pienso al principio en mis principios, en porque hago lo que hago, la mayoría de días no tengo demasiado tiempo para pensar porque los hombres se acercan antes que mis divagaciones vayan mucho más lejos de lo que podrían llegar. Pero anoche, el primer cliente llegó más tarde de lo esperado y mis pensamientos por primera vez se expandieron más lejos.

Y me acordé de ti.

No sé el tiempo que pasó, quizás una hora, quizás dos horas, a veces en la lucidez de un pensamiento una hora es un minuto y un segundo es un siglo, pero me acordé tan claramente de ti. De tus ojos, del sonido sinuoso de tu voz, del tacto de tus dedos... y te eché de menos con más fuerza que nunca, me maldije un millón de veces por haberme ido, por no haberte arrastrado conmigo. O quizás fuiste tú, quien se fue, sí, fuiste tú. Claro. Tú. Siempre, tú.

Mis ojos se humedecieron, primero llovió en mi alma y después en mis ojos, y me sentí como esa niña perdida que fui y tú encontraste. Cuando eso pasó, pusiste luz en mis días. No puedo no tener buenos recuerdos de ti. Es materialmente imposible. Y deseé irme a casa y escribirte hoy esta carta. Pensaba en decirte tantas cosas, tantas cosas que te he dicho siempre, que he sentido siempre, pero que pocas, últimamente he dicho o pensado.

Anoche en mitad de mi arrepentimiento, una mano me extendió un pañuelo de papel, esa mano pertenecía a una mujer. Era muy bonita esa mujer, tan bonita que te hubieses enamorado de ella en un par de segundos. Me dio el pañuelo y se alejó unos pasos, en silencio, respetando la lluvia de mis ojos, el dolor, mi dolor por el tiempo perdido sin ti.

Dejé de llorar y la observé, se trataba de otra dama de la noche. 1,65 de estatura, delgada, de fina piel blanca, de ojos claros, y el pelo liso y castaño, con los labios gruesos, esa clase de labios gruesos que tantas ganas siempre quise tener y que siempre quise besar. Era distinta a las demás damas de mi zona, una nueva competencia, y una muy buena competencia que podría robarme todos los clientes con una sola sonrisa. Una nueva leona en la sabana, la más bella.

Le dije con mi dedo de mi mano que se acercase a mí. Sin mediar palabra, pensaba acertadamente que en esa comunicación sobraban las palabras, sobraban todas las palabras que revolotean dentro de mi cabeza. Me miró, sintió curiosidad por mí, esbozó una leve y minúscula sonrisa. Una sonrisa que podría detener toda la destrucción del ser humano. Pero no se acercó.

Repetí el mismo juego, el mismo gesto con mi dedo de mi mano, su sonrisa minúscula creció un milímetro cuadrado. Pasaron 5 segundos y no se acercó. Decidí moverme yo, acercarme yo, me dolían mis tobillos, demasiadas noches portando tacones demasiado altos, pero me acerqué a la altura de su cara, acerqué mi cabeza a la suya, sentí su aliento, sentí su alma, sentí su deseo, y lo que es peor o mejor, sentí el deseo irrefrenable de besarla allí mismo, ya sabes que nunca he sentido esa necesidad de acercarme sexualmente a otra mujer, pero anoche, después de la bondad de su gesto para tapar mis lágrimas, algo de fuego, una pequeña chispa prendió dentro de mi ser.

Mi cabeza la balanceé alrededor de la suya, mis labios, mi boca, mi respiración repasó toda su cara, mi pecho rozaba el suyo, mis pezones se pusieron duros de puro deseo, quería besarla, violarla allí mismo. Ella cerró los ojos y sentí su deseo más fuerte que nunca, mi corazón se disparó a mil revoluciones por minutos, estaba excitadísima, como nunca lo había estado desde que hago lo que hago, pero contuve mis besos y decidí alejarme a mi posición inicial. Dejé pasar 10 segundos, dejé de mirarla, me hice la estúpida interesante.

La miré, ella ahora ya no sonreía, desperté la luz de su atención, volví a repetir el gesto de mi dedo con mi mano, esta vez la que se acercó fue ella, se acercó a escasos centímetros del perímetro de mi alma sexual, cerró los ojos y la besé como nunca había besado a nadie, en medio de la batalla de labios y dientes, deslicé mis manos por el terciopelo de su vestido de dama de noche, hasta agarrar su culo con fuerza... deseé ser un hombre para poder penetrarla allí mismo, en la sabana de la ciudad exiliada donde habito. Donde habita mi olvido.

Pero soy una mujer, una dama de noche que pasea su olvido por un sendero lleno de sombras y luces.

Después de ese beso, me alejé yo. Y la nueva dama se quedó esperando, rota, quizás por dentro, de saber que había sucedido para nacer ese deseo de esa forma.

Di un paso, dos, 100, llegué a casa. Abrí una botella de whisky de 100 años que me regaló un cliente la semana pasada. Le di un trago, y pensé: “este wkisky tendrá 100 años, pero sabe igual que el resto”.

Y hoy me he despertado temprano, pensando en ti, he recogido la casa, he sacado las maletas, he metido mis pertenencias, lo he preparado todo, para partir en tu búsqueda. He llenado la bañera de agua y sales de baño exóticas, y me he sumergido dentro. Ahora estoy a punto de ir contigo, en mi bañera de la vergüenza, tengo las cuchillas preparadas desde hace tantas noches, para irme de viaje hacia ese cielo en el que habitas.

No sé como serán el resto de suicidas, en lo que pensarán antes de partir, pero eso ahora, da igual, ya voy hacia esa estrella en la que estás, ya voy...

Esta noche cuando la luna ocupe el espacio muerto del cielo, mi zona habrá perdido mi sombra, pero la sabana no me echará de menos, una nueva leona ocupará mi lugar, mi reinado....

Me quedo sin fuerzas, el rojo lo inunda todo, no veo esa luz blanca al final del camino, ¿dónde está Dios? ¿En mis bragas? No está, no existe... pienso estar escribiendo hasta que la última gota de sangré me arranque este dolor de vida terrestre y pueril...

Tus ojos, los ojos de la nueva zorra, todo se nubla, como el amanecer de hoy, como el amanecer de ayer, como el amanecer del día en el que decidí irme de tu país, cuando tú ese día decidiste dejar de amanecer....

Rojo, no hay dolor, no hay luz, sólo hay rojo.......

Seguidores