el infierno de un ciclista

El 16 de mayo llegó el gran día y yo llegué con más dudas de las esperadas. Salimos a toda velocidad, 800 ciclistas pedaleando contra el viento, de los 800 ciclistas, yo iba con mi compañero Víctor. Dos valientes, dos inconscientes, dos almas pegadas a un sillín en busca de un poco de gloria.

Los primeros 20 kms, tienen de 5 a 10 repechos de uno a dos kms de duración, y aunque la carretera se empinase, nosotros íbamos siempre a la misma velocidad. Fugaces como esas estrellas que rara vez cruzan el cielo, y que cuando las ves pides un deseo, yo en esos segundos de la carrera pedía mi deseo particular, llegar vivo a meta. En ese tramo pasamos por varios grupos, unos parecían fórmulas uno, otros coches de feria, uno no sabía a que grupo cogerse porque cualquier grupo y su velocidad eran completamente subjetivas, puesto que estábamos al inicio de una aventura, y como en todos los inicios, la velocidad por la adrenalina puede resultar engañosa.

Entonces por fin llegamos a los primeros metros del primer puerto, nos metimos en un grupo bueno, algo lento para nuestro estado de forma, pero perfecto para preservar fuerzas, un poco de paz antes de la guerra. Esa paz, en el mundo ciclista puede significar la gloria de llegar a meta sano y cuerdo. De todos modos, cualquiera que esté dispuesto a recorrer 192 kms con 7 puertos de montaña y un millón de repechos en medio, no puede presumir de estar cuerdo, yo no lo estoy, del mismo modo que ninguno de esos 800 ciclistas, lo estaba. En esos metros del primer puerto tuve un par de momentos en los que pensé “vamos a terminar de pié la carrera” ¡qué equivocado estaba!

Víctor, mi compañero ciclista, tuvo un pinchazo y paramos los dos. Perdimos el grupo bueno, adiós mundo feliz. 10 minutos después estábamos los dos pedaleando casi al final de toda la larga serpiente de ciclistas diseminados, en solitario, adelantando a los demás a más velocidad que un rayo surca los cielos en un día de tormenta, y ahí se gestó mi debacle, al menos un parte, la parte importante, esa que dependía de mí. Pero prefería no pensar, prefería simplemente disfrutar del momento, bueno, breve, escaso, pero triunfal.

Yo llegué muy justo de fuerzas a la carrera como ha he dicho al principio, había entrenado duro pero no lo suficiente para la carrera. Pero en la bici, hay algo más importante que el estado físico, y es el estado mental, el mío simplemente no era sano, perdido en mis pensamientos desde hacía meses. Malhumorado. Derrotado antes de salir. Y esos 30 kms en solitario a toda velocidad y contra el viento, quemaron mis pocas reservas. Esos 30 kms fueron frenéticos. Fue lindo de verdad, pedalear con esa fuerza. Héroes anónimos. Los cementerios están llenos de gente así.
Subimos el segundo puerto a rueda de otro minigrupo, nos llevaron bien hasta la cima. En la cima había un avituallamiento, deseaba llegar para comerme dos bocadillos como otros años, el pan es mi camino contra la deshidratación, y deseaba comer pan, y si hubiese vino también, un Jesucristo cualquiera en mitad de un calvario infernal.. Mi estómago rugía de hambre. Me hubiese comido un cervatillo, o un enjambre de ardillas, o un pequeño jabalí, o un gran jabalí, tipo Obelix.
Pero cuando llegamos no había bocadillos, ni jabalíes, ni ciervos, sólo plátanos, y minitartas de manzana envueltas en plástico, odio la tarta de manzana, me da náuseas, con solo olerla.. En ese momento confirmé que no iba a ser un buen día. Llevábamos 67 kms, y necesitaba alimento, sí, llevaba geles, magnesio, y dos barritas energéticas pero necesitaba sólidos de verdad. No había. Bajamos ese segundo puerto a toda velocidad, y en un momento curveado se me metió una avispa en el casco, me quité el caso a más de 60 kms/h, y me quité la avispa. Por un momento me vino a la cabeza un hecho de mi pasado, el día que recogí mis notas de segundo de BUP. Fui en ciclomotor, y al llegar a casa, me pico una avispa en el entrecejo, me dio tal reacción alérgica, que minutos después, cuando llegó mi padre a casa, no me reconoció, pensó que un chino había entrado a robar en casa. Pero no era un chino, en todo caso era yo versión china. Cosas absurdas que se te pasan por la cabeza cuando bajas un puerto a más de 60 kms/h.
Llegamos al tercer puerto, el Remedio, el puerto más duro de la jornada, un puerto donde no corre la brisa, y donde el calor aprieta tus genitales contra el asfalto hirviente. Tiene tres kms centrales cuya media oscila el 11 por cien de desnivel medio, valga la redundancia. Decidí no apretar, reservar fuerzas, para eso puse la corona grande y apliqué la técnica del molinillo, pedalear mucho, avanzar poco, ahorro energético. Error grave, me hizo sudar el triple y terminar con todas mis pírricas reservas. Lo coroné con un ciclista anónimo que subía ese puerto por primera vez, estuvimos hablando, parecía un buen chico, mi compañero Víctor se había adelantado. Yo le dije a ese nuevo amigo, “vamos a llegar tarde a casa. Y mi mujer me ha dicho que si me esperaba para comer”, lo dije en tono sarcástico, igual ahora al leerlo, usted señor lector no tiene gracia, pero en esos momentos el ciclista anónimo se rió de lo lindo, es algo que me pasa a veces, en medio del sufrimiento, se me ocurren auténticas gilipolleces, por desgracia, o por suerte, yo no estoy casado, lo estuve, pero ya no lo estoy, y ninguna mujer me había dicho semejante cosa, pero mi intención no fue mentirle a ese ciclista, créanme, sólo hacerle reír un rato, y lo conseguí. Segundo moento de gloria de la carrera. Ya no hubo más.
Al llegar a la cima, antes, otros años, había un avituallamiento de sólidos, pero este año lo había retrasado hasta el km 110, llevábamos 90, y yo estaba seco. Víctor me había esperado en la cima. Comí mi primera barrita energética, me dieron arcadas, quería vomitar, pero sabía que no debía hacerlo, era un alimento, injusto, pero era un alimento. Bajamos el puerto, y empezamos a subir por un carretera en ínfimo estado, el asfalto era marrón y los agujeros eran tan grandes que un hobbit podría haber construido su casa allí mismo. Sólo podía pensar en comer, en llegar al nuevo avituallamiento y comer. En ese momento si en un lugar de un enjambre de ardillas fritas hubiese un enjambre de ratas fritas, también me las hubiese comido. Pedaleaba despacio porque sabía que las rampas y los calambres estaban llamando a las puertas de mis cuádriceps.
Y llamaron tanto y tan fuerte a mi puerta, que yo les dejé pasar, soy un chico educado, no iba a dejarles todo ese mediodía al sol, esperando, abrí la puerta, y se pusieron cómodos, se quitaron los zapatos, el abrigo y se estiraron sobre mis piernas. Y fue justo en ese instante donde empezó mi infierno, llevábamos 100 kms.
Con las rampas, con los calambres, uno no sabe que hacer, si poner más o menos desarrollo, yo puse poco desarrollo, miraba constantemente el cuentakilómetros, 101, 102, 103 kms. El viento empezó a soplar fuerte otra vez, en contra, siempre sopla en contra, nunca a favor, Eolo es mi enemigo, el Dios vengativo que odia a los que se visten de licra. Tenía un grupo de ciclistas delante mío, los veía, no iban rápido, los tenía casi al alcance de mi mano, casi los podía rozar con la yema de mios dedos, Víctor iba con ellos, pero cada segundo los tenía más lejos. Hasta perderlos de vista.
Llegué al avituallamiento. Grité “un jabalí, necesito un jabalí, aunque me conformo con un minibocadillo”, mi reino por un bocadillo. No había comida, se había terminado de nuevo. El odio y la rabia aparecieron por mi maltrecha salud mental, ¡bien! Pensamientos negativos, lo último que quería y deseaba. Pensé en abandonar, me quedaban 80 kms de carrera y 4 puertos por delante, pero yo nunca me rindo, nunca, soy de los que muere de pié, o en su caso, soy de los que muere sentado en un sillín. Y el próximo avituallamiento estaba en el kms 140. Me enfadé mucho con la organización, los conozco, son amigos, pero me estaban hundiendo un puñal en el pecho, y en la espalda, y lo que es peor, en el corazón y mi cabeza. El resto de ciclistas también estaban cabreados, aunque decir cabreados, es poco, escuché insultos de todo tipo.
Comí plátanos, eso sí, había plátanos, sodio en estado sólido, insuficiente para la zozobra que llevaba encima. No había más comida. Y empecé a subir el cuarto puerto, no era duro, es un puerto cabrón, muchas minirampas duras pero cortas alternadas con un montón de minidescensos. Las rampas (mis calambres) crecían. Empecé a coger a un ciclista en cada minidescenso, y él de nuevo me dejaba en cada miniascenso. La vida parecía un acordeón, un vals centro europeo en el levante español. Lo coronamos el cuarto puerto. Empecé a bajar, lo bajé a toda leche, más rápido que ningíun otro puerto que haya bajado en mi existencia. Cual contorsionista hacía equilibrios imposibles, realizando estiramientos encima de la bici, danzando sobre el asfalto, en un vals precioso y preciso. Me metí en el cuerpo la segunda de la barritas energéticas, la última que me quedaba, y me recuperé. Milagro, ¡me recuperé! ¡Dios existe! Momentáneamente preciso aclarar, esta no es una historia alegre, no lo pretende, así que querido lector, deja de sonreír.
En este tramo adelanté a un montón de grupos de ciclistas, moviendo desarrollo, mis piernas formaban un engranaje perfecto, un motor de 16 válvulas, arriba y abajo, pura clase ciclista, agazapado en el marco de la bici, sin mover nada exceptuando mis piernas. Fue mi mejor momento. Los arrasé a todos. Casi lo podría nombrar como mi tercer momento de gloria, no lo hago, porque esa fue mi tumba, de lo que vino después. Te puedes meter un buen chute que te haga bailar con las estrellas, pero sabes que ese chute, que su bajón, que su estúpida resac te va a dejar tumbado en un nicho de un cementerio mental. Llegué al nuevo avituallamiento, por fin había algo de comida. Mis reservas estaban agotadas, y la sal se acumulaba por kilos en mi cara, en mi maillot, en mis piernas y en mi pelo. Parecia que hubiese envejecido 1000 años en 30 minutos. En este avituallamiento, me reencontré con mi compañero Víctor. Se sorprendió de mi recuperación, las rampas (las mías) habían desaparecido, le dije que había rodado como un campeón. Soy rodador, no escalador. Quizás lo que le falla esta historia es que no había elegido la marcha ciclista adecuada, un rodador nato en una carrera de escaladores natos. Pero la épica poco entiende de razones, la épica es épica y sólo entiende de esfuerzos que mueren, esfuerzos anónimos que sepultan todas las miserias mentales que uno puede llegar a padecer.
Me subí de nuevo en la bici, quedaban 3 puertos de montaña enlazados, con apenas descensos. A los 200 metros de este nuevo puerto, el quinto, volvieron los calambres, le dije a mi compañero que se fuese, quedaban unos 50 kms.
Ahí empezó mi tortura china, miles de alfileres al rojo vivo clavándose en mis piernas a cada pedalada. Aflojé el ritmo, estaba bien de cardio y cansancio, pero padecía de mil calambres. Lo subí como pude, endolorido, al llegar a la cima, había dos kms de bajada y un nuevo puerto, más largo y traidor, con mil repechos, y ahí pensé en morir, el dolor en cada pedalada incrementaba, no fui el único, vi por los menos 40 ciclistas tirados en el suelo, haciendo estiramientos, yo no podía bajar ni siquiera bajar de la bici a hacer estiramientos, si bajaba sabía que difícilmente podría volver a subirlas rampas volverían con más intensidad, tanto que se me montaban los músculos del cuádriceps, lo veía en panavisión por debajo de mi cullot, era una imagen espeluznante, dantesco, primero fue en el cuádriceps de mi pierna derecha, pero hubo un momento que empezaron el mi pierna izquierda y en cada pedalada, iba a 10 kms por hora, una velocidad ridícula, así que daba dos pedaladas,y me podía de pie en la bici, haciendo estiramientos, y de nuevo dos pedaladas y me nuevo de pié, un bucle de estupidez perpétua.
Pensé en abandonar, pero como ya he escrito yo nunca abandono, nunca me rindo. Curiosamente estaba en el sexto puerto, ese puerto en el que meses antes había filmado el spot de esta misma carrera con un puñado de valientes ciclistas, que seguían plano a plano, a rajatabla el guión que yo había escrito, entonces la temperatura era de 8-10 grados, y ahora el termómetro de mi velocímetro marcaba 36. “Podría viajar en el tiempo y traer una bocanada de aire frío de este enero, de aquel rodaje, a este presente”. Gran pensamiento, sólo me hacía falta una máquina del tiempo. Más pensamientos estúpidos.
Seguía con hambre. Miraba los árboles a mi alrededor, me daban ganas de parar y empezar a mosdisquear cada tronco de árbol por encontrar algo de alimento, también me daban ganas de parar y empezar a comer hormigas, seguro que tenían las proteínas suficientes para ayudarme a finalizar mi esfuerzo. Hormigas y cortezas, deberían montar un bar donde vendiesen ese suculento plato, hormigas y cortezas de árbol. Entretenía a mi mente con ese estúpido juego mental para no pensar en nada más. Aunque sí pensaba en algo más. En una mujer, claro, en una mujer que estaba a más de 2500 kms, en el noreste de Alemania. Si moría en ese instante, no la volvería a ver jamás. Todas estas tonterías las pensaba mientras pedaleaba dos veces y me ponía de pie a la tercera para hacer estiramientos.
Llegué a la cima, había un nuevo avituallamiento. Busqué comida, no había, sólo agua, lloré de rabia. Me lleve el último botellín de agua.
Me subí de nuevo en la bici, con un último puerto por delante, ahí morí del todo, la persona que había sido hasta ese día, 16 de mayo de 2016, murió. He muerto varias veces en esta vida. Renaciendo en otra cosa. Nunca más nada volvería a ser lo mismo. Pensé en abandonar la bici para siempre. En no volver a montar nunca.
En la única pendiente dura de ese puerto, me crujieron las dos piernas al mismo tiempo y los brazos y el pecho. bajé de la bici y empecé a andar, parecía un pingüino en el Sáhara. Quedaban 3 kms para terminar el puerto y andar era peor que pedalear. Me subí de nuevo, el dolor era escalofriante, veía a mis músculos montarse uno encima del otro, en cada segundo, lo juro, no exagero, fue así... Llegué a la cima, con otro grupo que me había dado caza por detrás. Me puse a rueda y los seguí en un suave descenso hasta Requena, donde estaba la meta, en la última rampa dentro del Requena, los dejé ir, y llegué solo.
8 horas, 59 minutos y 50 segundos.
Un infierno.
¿En qué he fallado este año? En todo. ¿Volveré? Sí. Claro, no me queda otra, volveré con un arco y flechas por si no hay comida suficiente, y si es necesario me pondré a cazar, jabalíes, ardillas, ratas, cortezas de árbol y hormigas..
Han pasado 7 días. Y el tiempo parece que me ha devuelto la salud. La física, porque la mental la perdí.

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