YO SOY EL LOBO DE LOS CUENTOS DE HADAS

Aunque siga callado, estoy aquí. No me he ido a ninguna parte, siempre estoy aquí, soy el hombre invisible que palpita en mi corazón, cual lobo que en la cima de una montaña todo lo observa y se siente dueño del mundo, pero prefiere seguir viviendo en su montaña, cual ser solitario que ama la soledad.


Yo soy el lobo, y la montaña mi existencia.


¿Qué por qué he estado callado? Muy sencillo porque apenas tengo ganas o he tenido ganas de contar, o de seguir contando mi inactividad social, sentimental y emocional. Pero es que además he estado ocupado, con la bici, claro, reconstruyendo mi cuerpo. He aumentado el ritmo de entrenamiento, esta semana en 6 días he rodado 367,3 km, algo más de 60 por día. 60 km de montaña, casi 3 horas al día pedaleando, las mejores 3 horas del día.


La inactividad manual de escribir, noto como me hace forzar ciertas palabras y expresiones, debería ponerme a entrenar también esta faceta. Está muy bien, machacarme físicamente ¿pero y la mente? ¿qué hago con ella? A mí, siempre, escribir me la liberó. Era y es mi masturbación de todas las mañanas. Y ahora la tengo ligeramente en 2º plano, de fondo, como un decorado de una película de Woody Allen, donde se disfruta contemplando la “magia” de New York.


Y al abandonarla, voluntariamente, me noto más torpe, menos preciso, nada conciso, me refiero a mi mente y a mi capacidad de transcribir pensamientos en palabras.


Por otro lado, en 3 semanas he perdido algo más de 6 kilos, 2 por semana, y eso me hace sentir bien, aunque no es una media, la primera kilo y medio, la segunda ninguno, y la tercera sobre 5. Llego a casa me ducho, y me peso, y observo como la aguja de la báscula cada día avanza menos, y entonces sonrío, y me quedo sonriendo, y en ese estado tengo pocas o nulas ganas de ponerme a ejercitar los dedos tecleando y contando historias, o histerias, o historias que más tarde se convierten en histerias. Por cierto, ¿sabéis de donde viene la palabra histeria? De útero, del latín, y la inventaron los hombres para definir el estado de las mujeres, cuando estas pasaban ciertos días del mes un poco más desquiciadas…. Es decir, cuando les chorrea por allá abajo todo aquello. Así que las mujeres, feministas, claro, en los años 60, se inventaron otro término: testérico, y es lo mismo aplicado al varón, me encanta, un mundo lleno de testéricos e histéricas, jajjajajaja, juro que esto es verdad, sino, pon en google etimología de histérico y verás lo que parece.


Volviendo a la bici, y a los kilos perdidos. Desde su adquisición he perdido casi 17 kilos. La ropa me viene grande, los pantalones, las camisetas, los abrigos. Está bien, en mi época de dejadez física llegué a alcanzar los 105 kilos, era gordo, me sentía gordo, me sabía gordo, me veía y respiraba como un gordo, pero poco o nada hacía para remediarlo. Mucho alcohol, y mucha mala vida, durante mucho tiempo, y mucho apetito voraz. Ahora ya no bebo y mis drogas, son la bicicleta, una buena canción, un encuentro furtivo, un detalle errante, un minúsculo sucedáneo de momento nostálgico.


El miércoles, dentro de 2 días, hará 4 años que me casé, y estas semanas los recuerdos se han agolpado esperando en la sala de rehabilitación, pacientemente su turno para ser atendidos… y yo, su médico reconstructor no les he abierto la puerta, porque estaba fuera, en mi montaña contando “abuelitos”. Pero allá arriba, entre vientos, pinos, bosques, ardillas suicidas, asfalto nuevo, perros, sonidos, amaneceres imposibles, y sueños físicos que parecían reales, el pasado se excedió y derrumbó la puerta de la sala de rehabilitación, y me han obligado a escucharlos, una vez más, a sabiendas de que mi nulo interés en ellos.

Las estadísticas dicen que no soy el único hombre separado de la Tierra, pero a veces me siento el único. Los papeles del divorcio ya están sellados, y cualquier mañana llegará una citación del juzgado de paz, para ratificar el final de una historia de amor. No soy el único, me repito, pero a veces así me siento, una voz de mi interior responde.


Recuerdo el día de mi matrimonio, me casé convencido de que sería eterno, y que nuestro amor sería “leyenda”, o al menos en eso me entretenía pensando. Esa mañana despertó una terrible niebla, mi por entonces prometida, tenía que ir a mil sitios, a vestirse, a peinarse, a maquilarse, a lo que fuese… yo, no, simplemente tenía que ir al Mercadona, y comprar un bote de gomina, ir al hotel donde se hospedaba mi madre, vestirme e ir al ayuntamiento.


Me desperté temprano, claro, sobre las 7 o así, desayuné con calma, me duché con clama, me vestí de ropa normal, y salí a la calle, no se veía nada, la niebla del pasado 5 de octubre de 2007 se podía cortar con un cuchillo delgado y blando. Quizás fuera un presagio, o quizás fuera que la niebla se cuela con asiduidad por la cuenca del Guadalquivir y produce esos fenómenos en Sevilla. Cogí la moto, y me fui a Mercadona, estaba nervioso, había llegado el gran día, y yo tenía que decir “SÍ”. De salida del súper, me fui al hotel, llegué temprano, como siempre media hora antes de la hora concretada, mi madre se fue a la peluquería, y yo me quedé en su cuarto, me volví a duchar y me peiné, mi larga y rizada melena oscura, recogí mi pelo en una minúscula coleta de torero y embadurné mi cabeza con el pegajoso líquido.

Mientras me peinaba, me acordaba de mi hermano mayor, estaba en Valencia, no iba a poder asistir a la boda, y lloré, en soledad, y lloré un buen rato, por lo menos durante 10 minutos, los ojos se pusieron rojos, los párpados se hincharon, mi vida goteando por el sumidero de la decepción. Volví a ducharme, y volví a peinarme, la vida que a veces se repite, y me puse el traje, parecía un gángster de una película de Martin Scorsese. Me vi guapo, por primera vez en años.


De mi parte, asistieron 7 personas, 7 invitados, sólo7 pudieron asistir, y agradecí su presencia, infinitamente, sus palabras, su aliento, su estar.


Al entrar al ayuntamiento, y acceder al patio andaluz, donde iba a contraer matrimonio, la niebla se había disipado, y un inspirado sol nos regalaba su excelsa energía, las flores estaban resplandecientes y el dulce cantar de los gorriones acompañaban suavemente el momento. Mi padre ya estaba allí, y su mujer, y mi hermano pequeño y su violonchelo, y el fotógrafo, y mis suegros, y mis amigos, Pablo y Clara y algunos invitados más por parte de ella.


Pasaron los minutos, llegó todo el mundo, la función iba a empezar, mi hermano empezó a tocar su instrumento y ella hizo su aparición, estaba hermosa, radiante, con los ojos humedecidos por la emoción del momento, y me sentí el hombre más afortunado del planeta.


Ahora cuando cabalgo por mis montañas, en silencio, me pregunto, si todo aquello no fue un sueño, o una película de género “comedia romántica” donde el chico rebelde y trasgresor consigue enamorar a una dulce y hermosa doncella de un cuento de hadas.


Y el viernes a las 19:30 horas, el viento zumbaba en mis oídos, la vida seguía avanzando, y una ardilla, se cruzaba por el asfalto, yo bajando a más de 60 Km/h y la esquivé, o ella me esquivó, milagrosamente, casi me mato casi nos matamos, casi me salgo en una curva y vuelo con la bici sobre un precipicio de 100 metros de caída, pero con suerte, nos esquivamos mutuamente, y la existencia, mi existencia continuará, y mi mujer pasará a ser ex mujer y no mi viuda.

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