Una del futuro, 1


 Año 2150, en algún lugar del espacio exterior

Me llamo Peter y tengo la suerte de ser uno de los pocos supervivientes de la especie humana. Aunque no sé si lo que tengo es o ha sido o fue, buena o mala suerte.

La especie humana habitó un planeta llamado Tierra durante millones de años, pero un buen día, éste nos expulsó, como a un niño que es expulsado de su vientre materno, al nacer, el planeta nos expulsó de su corteza, porque simplemente ya no podía más, con todo nuestro peso, y toda nuestra ciencia, y todo nuestro ingenio.

Recuerdo esos días, y los recuerdo nublados, los días finales me refiero, como quien recuerda una vieja foto, de un cielo azul. Y la foto está desgastada y arrugada y casi rota y sobre todo olvidada en algún cajón de un escritorio sin usar.

Pero no estoy aquí para hablar de cielos azules, hace décadas que no veo cielos de ese tipo. Azules me refiero, ahora lo único que puedo ver es el negro absoluto del espacio infinito, a través de una pequeña ventanilla de la nave en la cual viajo desde que la Tierra nos mandó de paseo galáctico por todos nuestros pecados capitales.

Me llamo Peter y tengo 174 años, y  sé perfectamente cuanto tiempo me queda de vida, por eso me quiero apresurar en la medida de lo posible, en hablar o escribir, acerca de un antes, de que el destino del hombre y de la mujer cambiase para siempre.

Es curioso que todavía utilicemos la medida del tiempo de un planeta que ya no habitamos, pero todavía es más absurdo, que esos días y esos años los totalicemos a través de la cuenta de la llegada de un Dios, o del hijo de un Dios a aquel planeta.

Dios, es un buen concepto como para ocupar muchas de las palabras que quiero emplear, pero tampoco, es ese el tema del que quiero hablar.

Una vez conocí a una mujer, y ese sí es el tema del que quiero hablar, y perdonar por mis vueltas y volteretas a la hora de formular mis frases, es la vejez, la mía, la que apretuja miles de conceptos en un embudo mental dentro de mis pocas neuronas que aún funcionan.

Todos los días, miro por mi ventanilla, al espacio exterior, y todos los días deseo ver otra nave como la nuestra, y que en esa nave viaje  ella. Deseo que nuestras naves se acoplen de un modo perfecto, escotilla contra escotilla, en un orgasmo perfecto, y poder verla, y abrazarla de nuevo…  La esperanza es lo último que se debería perder, al mismo tiempo que es absurdo vivir pensando en esa esperanza, sabiendo que tal milagro simplemente es imposible que suceda, y en el caso que sucediese, tampoco tendría tiempo de aprovechar y saborear cada segundo. Estoy seguro que ella todavía vive, en otra nave, en otra galaxia, en otro espacio… ojalá el Big Ben se detenga pronto y el espacio empiece a menguar, para que nuestras distancias se acorten, y poder satisfacer mis deseos de abrazar de nuevo a la mujer soñada, y amada.  Pero para que el Big ben se detenga y todo mengue, aún quedan miles de años, y para entonces yo simplemente ya no seré yo. Mi muerte está programada para dentro de 15 días, 22 horas, 16 minutos y 10 segundos.


Cuando la vi por primera vez, fue a principios del año 2013, hace 137 años, y recuerdo ese momento, con exactitud, ella entrando por la puerta, con un espejo detrás de ella, con su pelo corto, sus labios carnosos, sus ojos azules con tonos grises y verdes, la forma precisa de su mirada, el color blanquecino de su piel sedosa, el olor de la misma, olor a limpio, a naturaleza, a bosque después de la tormenta. Y su alma, recuerdo ver su alma a través de sus ojos. Ese era mi poder, mi talento, poder ver con trasparencia el alma de las personas, por eso me contrataron, por eso era el encargado de reclutamiento.

Aunque en cierto modo, yo ya la había visto antes. En aquella época, trabajaba recolectando talentos, mentes hábiles capaces de hacer complicadas raíces cuadradas y logaritmos, y mentes lúcidas capaces de crear universos paralelos. Trabajaba para un organismo que recibía el nombre de NASA, y era el encargado de recabar los diferentes currículums de los posibles candidatos y candidatas; además, en mis funciones profesionales,  debía investigar sus pasados, descubrir hasta el más mínimo detalle que me dijese si esa persona era válida para la misión que debíamos emprender.

Así que cuando esa mujer, esa bella mujer entró por la puerta, yo ya la había visto antes. En el año 2013, había una cosa llamada Internet, y en esa cosa estaba toda la información de todo el mundo, simplemente había que tener cierta habilidad para saber buscar y cierto talento para saber encontrar la información adecuada.

Amo el segundo preciso en el que ella cruzó aquella puerta.

Cuando la investigué sabía que no estaba ante una persona normal, sabía que ella iba a ser la elegida de guiar muchos de los cambios que después de mil vueltas nos han conducido hasta este presente. Antes he hablado de Dios… no creo en él, sé que no existe, joder, vivo en una nave espacial surcando el espacio, y no lo veo por ningún lado, estamos solos en el universo, completa y totalmente solos, pero a pesar de esa soledad, ella, era una Diosa, una creadora nata, un alma capaz de curar cualquier enfermedad, y cualquier estupidez humana. Aunque ella en ese momento, el momento en que cruzó esa puerta todavía no lo sabía, todavía desconocía todo el poder que albergaba dentro de su mente, pero sobre todo, dentro de su corazón.

Años antes de verla por primera vez, años antes de saber de su existencia, en mi currículo vital personal, había conocido exactamente el reverso exacto, su polo opuesto, y cuando conocí y descubrí a su extremo perfecto, no pude concebir  la existencia de un polo positivo exacto en cuanto a poder y capacidad de crear y salvar y sanar, mi cerebro no daba para tanto.  Años antes de conocer a esa Diosa, conocí al Diablo, y el Diablo no me dejó entrever la posibilidad que existiese un contrario perfecto capaz de derrotarle. 

Sonrío, porque 115 años después de oír su voz por última vez, aún recuerdo el tono de su voz, sosegado y dulce, mágico, y recuerdo el tacto de sus dedos por mi espalda… y sonrío, porque para mí, es imposible no amar cada segundo de los momentos que tuve la suerte de interactuar con semejante Diosa.

Digo que fue una Diosa porque descubrió entre otras muchas cosas, la cura para la peor de todas las enfermedades humanas, que no es otra que la propia muerte. No quiero decir que las personas no puedan morir, que sí que pueden, pero sólo pueden morir si quieren hacerlo, y si desean vivir para la eternidad, lo pueden hacer, ella lo hizo posible. Por eso tengo 174 años. Y por eso mi muerte está programada, porque a pesar de amarla, no la volveré a ver, y no puedo concebir mi existencia, más tiempo, sin su presencia.

Pero antes que eso suceda, tengo que contar la historia, nuestra historia, para que las generaciones venideras, si es que vienen, sepan, cual fue el preciso instante en el que la vida, cambió para siempre, ese instante, fue, cuando ella atravesó esa puerta, y se colocó a escaso 50 centímetros de mi perímetro vital.

El nombre, su nombre, era Gigi. 

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