Año 2023, yo tenía 47 años, Gigi 33. Fue una tarde de
septiembre, un par de días después de mi cumpleaños, ella entró a mi estudio,
donde pasaba mi tiempo, delante del ordenador, observando el planeta, el ojo
que todo lo ve. Gigi entró sonriendo y
jugando, cuando hacía eso, su belleza se multiplicaba por mil, y su atracción
del deseo de los ajenos también aumentaba, por mil.
Esos segundos eran estallidos de sensaciones, de emociones,
orgasmos perfectos. Ella entró
sonriendo y jugando, se sentó encima de mis rodillas, como una niña buena, me
beso, como una buena amante, y me dijo:
“ya está, ya lo he conseguido, he vencido a la muerte”… me
quedé de piedra, luego una sacudida de escalofríos, una puta premonición de que
aquello era el principio del fin. No de Gigi y Peter, no. El fin de la
humanidad.
Su grupo de investigación habían hallado la fórmula exacta
para la cual fueron contratados, 9 años antes, por un servidor. Durante mi
empleo, bueno, mi empleo, siempre había consistido en esperar, esperar a que
aparezcan talentos, mente únicas, recolectarlas, abrirles los ojos, alimentar
sus almas, y de alguna, incluso enamorarme…. Y esperar que sucediese el
milagro, la cura definitiva de la muerte,
Siempre había considerado tal extremo una demencia, ese
objetivo nunca se podría lograr, nadie podría inventar la receta perfecta, el
antídoto de la muerte. Mi trabajo consistía en hacer que un grupo de personas
lo consiguiesen, aunque moral y éticamente era el peor de los posibles enemigos
que dicho macro objetivo.
Esa tarde, cuando entró, y se sentó y me lo contó, vi el
final del mundo, ante mis propios ojos, un fogonazo de imágenes, de destrucción…
Año 2013
Nuestra primera conversación:
GIGI: Me llamo Gigi.
PETER: yo Peter,
GIGI: encantada.
PETER: lo mismo digo.
Hubo un momento de silencio, entre los ojos, sus ojos descubriendo
los míos, los míos viendo su alma transparente, la entrevista había terminado,
era la persona adecuada para desarrollar la dirección del trabajo de campo del
proyecto: Antídoto Muerte IX, antes hubo otros 8 equipos, que fracasaron.
GIGI: no me imaginaba que la NASA, fuese tan cutre, cuando
he llegado, he estado a punto de darme la vuelta y no entrar por la puerta.
PETER: no somos exactamente la NASA, dependemos de ellos,
pero no somos ellos.
GIGI: pero pagan ellos.
PETER: sí, eso sí.
GIGI: no me imaginaba que la NASA fuese tan cutre.
Me estaba probando, quien diablos era yo, y ese lugar de
encuentro, ese bajo de un edificio antiguo, con mobiliario antiguo y viejo y en
desuso. No era nuestro, no trabajábamos allí, sólo era un lugar que alquilábamos
para nuestras entrevistas. Aunque ese alquiler, claro, también lo pagaba la
NASA, así que Gigi, en 3 frases había definido perfectamente lo cutre que era
la NASA, y que el proyecto que iba a encabezar, realmente no tenía muchas
opciones de prosperar. Este hecho, lejos de alejar su sapiencia de mi ámbito
laboral, la incentivó y decidió por completo, a trabajar por la causa de
Antídoto Muerte IX. Aunque a mí, me gusta pensar que fui yo, quien la convenció
para trabajar para la NASA.
PETER: generalmente no suelo decir esto,
GIGI: pues no lo digas general.
Me reí, eso la relajó, le tendí mi mano.
PETER: bienvenida…
GIGI: lo voy a conseguir, lo voy a hacer, todavía no sé
cómo, pero lo voy a lograr.
PETER: lo sé. Lo he visto en tus ojos.
Fue la primera premoción que tuve con ella, al verla. Supe
que lo iba a lograr.
La segunda, es la que he escrito antes, cuándo lo logró.
Durante las primeras semanas, trabajábamos juntos, codo con
codo, ella, otros 3 hombres, dos mujeres y yo. Ellos eran los expertos, yo el
coordinador. A mí me gustaba, era imposible que no me gustase, irradiaba
pasión, y delicadeza, y millones de puntos de cordura y sutura para salvar al
ser humano de sus propio vicios y demonios.
Una tarde, al terminar del trabajo, yo me encendí un cigarro,
en la puerta,
GIGI: eso te matará.
PETER: por suerte, estáis trabajando muy bien en ello, para
que eso no pase,
GIGI: sería más fácil que no fumases, eso ayudaría unos 50
años en la aproximación de a solución del problema,
PETER: no puedo fiar de alguien que no tiene pequeños
vicios.
GIGI: quizás ese sea el problema.
PETER: ¿tú te puedes fiar? ¿tienes pequeños vicios?
GIGI: ¿yo?
PETER: sí.
GIGI: no lo sé. Tendría que pensar en ello.
PETER: sí, tienes que pensar en ello, es que no los tienes,
y si los tienes, y no los recuerdas, es posible que alguna vez hayas tenido
uno, pero que no ha prosperado. Que no se haya perpetuado en tus actos
cotidianos.
GIGI: es posible.
PETER: lo es.
GIGI: pero eso no excusa para que te fumes un cigarro, y no
me vale que me digas, que fumas poco, o que apenas fumas, el hecho es que
fumas, y eso te matará.
PETER: la vida sin la muerte no sería vida.
GIGI: la muerte.
PETER: sí.
Desde ese día, siempre hablábamos a la salida del trabajo,
yo me fumaba un cigarrillo y nuestras conversaciones se entremezclaban, como
nuestras almas.
Llegó nuestro
primer verano, yo me fui de vacaciones, y la invité a venir a pasar un día, o
unas horas, estaba cerca de la ciudad, en una casa frente a una playa desierta,
con una enorme montaña a nuestras espaldas. Ella aceptó, enseguida. Vino, llegó
el día y vino. Cociné para ella, la conversación fluyó, y también nuestros
deseos, tomamos el baño en el mar, en una mar tranquilo y azul transparente. Yo
me acerqué a ella, la miré, a esos
ojos, y la besé. En el mar por primera vez.