SERÍA OTRA COSA

Corría el año 1998, yo estaba estudiando, universitario, joven, apenas 22 años, guapo, delgado, "un artista en ciernes", un joven actor, un joven realizador, que mezclaba teatro, y cine, y noches, y ron, era el hombre errante que todo quiere porque todo lo puede. En esa época podría haberme convertido en todo un súper héroe, sin apenas esfuerzo.


Era agosto, como ahora, yo quería hacer un corto, romántico, tenía el guión escrito desde hacía meses. Era una historia rara pero profunda, yo en mis inicios fui muy raro, quería cambiar el mundo del cine, y sentía que podía hacerlo, en el arte hay que arriesgar para ser. O al menos eso pienso yo. Evidentemente me faltaba técnica. Es esa parte del proceso donde te enfrentas a las herramientas por primera vez, a los actores, a las actrices, a los conceptos primero estudiados y después desarrollados. Quería hacer un corto, lo tenía claro. Una noche, de fiesta y noche infinita, hacia el final de las luces de colores, un amigo y yo fuimos a comprar una botella de agua, la resaca empezaba a disfrazar otro amanecer, y en la barra estaba ella. La primera mujer que marcó durante años mi existencia. Después hubo dos más, más intensos y dolientes, más hermosos y divertidos. Pero ella tuvo el privilegio de ser la primera. Era cantante, cantaba, algo tipo blues y soul, era alta, muy alta, morena, guapa y muy atractiva, se parecía a Jennifer López en “Giro al infierno” o al menos así la veía yo en mi dsitorsionada visión.


El caso, es que yo le pedí una botella de agua, ella estaba de camarera, su hermana gemela era la novia del dueño de la disco, tenía un año menos, era joven, y se sacaba un dinerillo extra, las noches de los sábados, trabajando, regalando sonrisas, disparando las ventas entre los chicos de la disco, un estrella que brillaba y su luz todo lo inundaba. Entonces cuando me dio el agua ella dijo.


_¿Bebes agua?

_sí, ya es tarde y quiero agua fría, me despierta, me rescata de mis sombras.

_eres muy guapa, ¿qué haces aquí? _ dijo mi amigo.

_en realidad soy actriz, y cantante_ dijo ella.

_pues él es director y está buscando una actriz_ apostilló mi amigo.

_¿eso es cierto?_dijo ella.


Yo afirmé con la cabeza.


Dos meses después estábamos rodando el corto, y había algo entre nosotros, pura química, energía y deseos. Los actores éramos nosotros dos, una historia de personas que nunca se encuentran en el mismo punto, almas solitarias que divagaban por la vida y creen en el amor más puro. Yo me enamoré de ella, la tocaba, interpretábamos, todo era ficción, pero al mismo tiempo, su alma rozaba la mía, y la chispas podían inundar la noche más oscura.


Se llamaba Beatriz, por aquella época, mi ideal de belleza lo encarnaba el personaje que interpretó Enma Thompson en “Mucho ruido y pocas nueces”, dónde su amado Keneth Branagh la llamaba Bella Beatriz. Esa mujer, con ese ingenio, y con ese nombre, marcó con fuego, el ideal que tenía que poseer una mujer para mí. Así que yo a Beatriz, a mi Beatriz, también la llamaba Bella Beatriz. Después del corto, le ayudé a prepararse las pruebas de acceso para arte dramático, cosa que consiguió con insultante facilidad. Vivía, en Valencia, compartía piso con una compañera de la orquesta donde cantaba, donde se habría paso, en el difícil y extraño mundo de la música.


El caso, es que ella vivía metafóricamente hablando en otro mundo, distinto del mío, pero cuyas órbitas habían confluido en un eclipse de amor extremo.


El primer beso, llegó el 23 de octubre de 1998, era viernes, yo había ido a su casa, habíamos quedado para vernos, era inevitable que sucediese, no fue forzado, ella se acercó, se sentó a mi lado, nos miramos, cerramos los ojos y abrimos nuestros labios, sus dientes chocando contra los míos, mi lengua enroscándose con fuerza en la suya, su cuerpo palpitando de deseo, mi sexo agonizando de placer.


Entonces ella, empezó a contarme cosas, como que tenía ansiedad, y si yo sabía hacer la respiración boca a boca, porque a veces se ponía muy mala, y yo tenía que estar preparado por si eso ocurría. Yo no sabía, ella me enseñó, cada cosa, cada gesto para mí era una deliciosa combinación de movimientos únicos. Dicen que el amor es ciego, y a veces lo es. A veces nos enamoramos de algo que no es real del todo, a veces proyectamos cualidades en la otra persona, que a veces no tiene, pero que no te importa, porque piensas que lo que ha sucedido, conoceros, es el más difícil todavía, como si un neptuniano, viaje hasta Saturno, y se enamorase de su reverso opuesto, con un leve contacto de ojos, como si el mar se evaporase de golpe, y se convirtiese en una nube gigante, que cubriese por completo la tierra, una nube de un espesor de 20 kilómetros, donde todo fluye, donde la energía es libre, donde el viento es sexo, donde los ojos son sexo, donde los besos son eternos, y donde la vida es, por fin, vida…


Y en esos momentos, poco importan los defectos, o las incompatibilidades. El problema de los eclipses es que no son eternos, que apenas duran unas horas, y los eclipses de amor, unos meses. Y luego, siempre está la lucha por conseguir que vuelva a producirse, pero la belleza del amor es efímera, el contacto puro de los sueños con los deseos también son efímeros.


Pasó el tiempo, y las circunstancias nos alejaron, su trabajo, sus clases, su enfermedad, los conflictos con su compañera de piso, los problemas con su orquesta, mi dedicación al teatro, mi afición al ron, ella no bebía, y su ansiedad crecía galopando a lomos sobre mi espalda. Recuerdo su habitación, su pequeña habitación, recuerdo sus stripteases, recuerdo su cara mientras fornicábamos, fue la primera multiorgásmica que conocí, después hubo dos más, y como ella, también padecían de ansiedad. ¿Qué relación habrá entre estas cosas? ¿serán pura coincidencia? ¿será que siempre elijo perversamente el mismo rol en diferentes cuerpos? no lo sé.


Y hoy, muchos años después me acordé de ella. No sé, quizás porque habito la misma habitación, donde rodamos el corto, las mismas paredes, la mismas ventanas, el mismo frío, el mismo vacío, o quizás, simplemente, que la vida y sus recuerdos, son así, caprichosos, y a veces aparecen sin más.


La última noche de 1998, fue la última noche entre ella y yo, después sólo hubo silencio, y distancia, y muerte de sentimientos. Me costó casi un año, volver a ser yo, y dudo de que volviese a ser yo, después de ella, volví a nacer, parecido pero diferente, marcado por una senda de acontecimientos que te sepultan hacia otro lugar distinto.


Corría el año 1999, mi último año de carrera, y mi idea de cambiar el mundo seguía vigente. Ahora, 12 años después, ya no creo que pueda cambiar el mundo, y por eso me conformo con escribir sobre ello, es mi necesidad, y mi esclavitud, es mi tiro certero al blanco de una diana pequeña, es mi lucha, mi cheque en blanco, mi eterna búsqueda del sentido a los segundos. Y una pregunta sobre vuelva por mi cabeza: ¿que sería de nuestras vidas sin esos amores llenos de eclipses? Mi vida no sería, o en todo caso, sería otra cosa.

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